Yo no quiero ver lo que he mirado
a través del cristal de la experiencia;
el mundo es un mercado donde compran
honores, voluntades y conciencias.
Amigos: es mentira, no hay amigos:
la amistad verdadera es ilusión;
ella cambia, se aleja y desaparece
con los giros que da la situación.
Amigos complacientes sólo tienen
los que disfrutan de ventura y calma;
pero aquellos que abate el infortunio
sólo tienen tristezas en el alma.
Si estamos bien, nos tratan con amor,
nos buscan, nos invitan, nos adulan;
mas si acaso caemos, francamente,
sólo por cumplimiento nos saludan.
El que nada atesora, nada vale
y en toda reunión pasa por necio,
y por más nobles que sus hechos sean,
lo que alcanza es la burla y el desprecio.
En este laberinto de la vida
donde tanto domina la maldad
todo tiene su precio estipulado:
el amor, el parentesco y la amistad.
Lo que brilla no más tiene lugar,
aunque brille por oro lo que es cobre;
lo que no perdonamos en la vida
es el atroz delito de ser pobre.
Nada en el mundo es perfecto, puro y sano;
todo se halla a lo impuro entremezclado;
el mismo corazón, con ser tan noble,
cuantas veces se encuentra enmascarado.
Existe la virtud, yo no lo niego,
pero siempre en conjunto defectuoso;
hay rasgos de virtud en el malvado,
hay rasgos de maldad en el virtuoso.
La estupidez, el vicio y hasta el crimen
podrían tener su puesto señalado;
las llagas del defecto no se ven
si las cubre un diamante bien cortado.
Y a nadie habrá de herir lo que aquí digo,
porque ceñido a la verdad estoy;
me dieron a libar hiel y veneno;
veneno y hiel en recompensa doy.
Y si peco en las palabras toscas
de estas líneas oscuras y sin nombre,
doblando mis rodillas en el polvo,
¡pido perdón a Dios y no a los hombres!
Ramon Ortega
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